En Añatuya.Murió a las pocas horas. Los médicos explicaron que se trata de un caso de siameses que no logran sobrevivir.
DaianaMundoMama
viernes, 31 de julio de 2015
Extraño momento cuando tienen 2 ó 3 años en que no quieres que crezcan
Extraña porque está en una edad en la que aún quedan rasgos de la época en que era bebé, porque aún es pequeñito y sientes que ya no tendrás nunca más un niño chiquitín, y quieres que no crezca más, y extraña porque está en una edad en que parece que sufre una adolescencia temprana y hay momentos en que se pone tan insoportable que te dan ganas de gritar: "¡qué ganas de que tengas 6 años!".
Pues de eso hablo hoy, de ese extraño momento cuando tienen 2 ó 3 años en que no quieres que crezcan y deseas que se hagan mayores.
Hace unas semanas puse una foto suya en mi Facebook y dije "no crezcas nunca", porque está en una etapa graciosísima de la vida, en que es todo inocencia, todavía puro, espontáneo, tal y como es. Dice lo que le apetece y lo que no, pues no lo dice. Hace lo que quiere y lo que no, pues no lo hace. Tiene esa lengua de trapo con la que inventa cada día su propio idioma. Pocoyó es "Copoyó", Superman es "Chucheman", Spiderman es "Síniman", imposible es "implosible", plastilina es "apilina", tengo pipi es "quendo pipi", hacer es "asé" y claro, cuando hila varias de estas palabras una tras otra en una frase, gesticulando y poniendo cara de trascendental, lo miras y te dices "no sé si contestarle o comérmelo a besos". Y unas veces le contestas y otras, te lo comes a besos.
Y está en la época en que aún se deja. Lo puedes coger, achuchar, hacer cosquillas, darle besos en sus mofletitos y aún se ríe como cuando era bebé. Se parte de la risa, y si le dices que te dé un besito, te lo da con esa asincronía en que primero tocan los labios con los tuyos, o con tu mejilla, y medio segundo después, o antes, suena el beso.
Y te lo encuentras solo, jugando con unos muñecos, y uno le dice a otro "¡El poblema es el poblema!" y el otro le contesta con una voz de tío afónico y peligroso "¡No! Tenemo que asé algo. ¡Ere malo!" y claro, no puedes evitar quedarte mirando y escuchando qué se cuece en esos suburbios imaginarios, momentos antes de que llegue el héroe de turno a solucionar el tinglado.
Tiene aún esas piernecitas cortitas, los pies que pone hacia adentro cuando está tumbado y encogido, concentrado en algo, como cuando estaba hace tiempo en el útero, los hoyitos en diversas zonas del cuerpo y esa barriguita de bebé que no quiere irse todavía.
Y aún pesa poco, aún le puedes coger en brazos, aún puedes llevarlo en hombros, aún puedes disfrutar de cogerle y alzarlo por encima de tu cabeza y él se ríe, y le encanta esa sensación de alejarse del suelo, confiando en los brazos de papá, que le hacen volar.
Que se disfraza a todas horas, y le da igual ponerse un disfraz que pegarse un papel a una pierna con celo, o pintarse con rotulador todo el cuerpo, incluso la cara, y si puede ser, que sea un día antes de que pase algo importante, para que tenga que acudir con la cara toda roja, no sea que los demás no piensen que le has pegado una paliza a tu hijo. Y así, disfrazado, sale a la calle porque a él le da igual ir de una manera o de otra. Él es el Capitán América, y si puede enterarse todo el mundo, mejor. Que sepan que ha venido a impartir justicia.
Está en esa época, además, que se convierte en tu mejor socio. Allí donde vas, va él. Ni que vayas a tirar la basura. "Pero si bajo y vuelvo a subir". Le da igual, si te vas, él va. Corre a por sus zapatillas, se las pone como no toca (pero hijo, ¿todavía te las pones al revés?) y aparece a medio vestir, que te obliga a darle un repaso para ponerle los pantalones rectos y las zapatillas en el pie que van en realidad. Y le das la mano y te lo llevas, como si fuerais de excursión, basura en una mano, niño en la otra, al contenedor.
Y hace eso tan gracioso de señalar algo que te quiere enseñar y cerrar un ojo, como afinando la vista para explicarte claramente qué está señalando, cual arquero afinando su puntería para que la flecha haga diana.
Está en esa edad en que no conoce el peligro, y le da igual tener delante un perro chiquitín que uno que le triplique el peso. Los adora, y corre hacia ellos, y les acaricia como si no fuera a verlos nunca más, cogiéndoles de todas partes y haciendo ese "¡¡Aaaayyy!!" que parece que los quiere abrazar con todas sus fuerzas, como le hace a su perro, Roc, que lo tiene loco... que tanto le hace carantoñas como le da una paliza ("¡Noooo le pegueeesss, que le haces dañooo!").
Y esto solo son los detalles. Es un todo, es ver que está en el final de la época de bebé, que pronto será un niño más mayor y dejará atrás todo esto para dar paso a otras cosas también divertidas y especiales, pero diferentes. Yo querría que mi hijo fuera siempre así.
Quieres que se hagan mayores cuanto antes
Porque no tiene paciencia, que abre el armario para pedirte algo y como no vayas a la primera, o a la segunda, empieza a dar portazos. Que ve lo que tiene el otro y lo quiere, pero ya. Y si lo consigue, después de lágrimas, intento de lesión y de tratar de romper todo lo que está a su alcance acaba por dejarlo olvidado segundos después.
Que ya puedes tú explicarle que todavía no es la hora de comer, que te monta un pollo porque él quiere comer no sé qué (normalmente chocolate o algo que lo lleve) aunque no sea el momento. Que se pone a jugar con el perro, a hacerle daño jugando, y acaban los dos peleados, y el niño llorando.
Que juega con sus hermanos y se extralimita en el uso de las fuerzas, y los oyes saltando, riendo y gastando energía y al rato los oyes llorando, gritando y tratando de arrancarle el pelo al otro.
Que se despierta a las tantas de la mañana, desajustado con el horario de los demás, y luego se duerme a las tantas de la noche, con el mismo desajuste, y si encima ha echado una siesta porque estaba cansado, te puede dar la una, momento en el que tu cuerpo pide clemencia: sí, muchas noches es el último en dormirse.
Es esa mini-adolescencia en la que por cualquier cosa te la lían, se enfadan, te destrozan lo primero que pillan y te demuestran que tienen una paciencia mínima, como mínima intentan que sea la tuya, que te la ponen a prueba constantemente.
Y tienes ganas de que pasen los años de una vez y empiecen a entender las cosas, pero luego vuelven a hacer algo del anterior apartado, y te los quedas mirando, y te sorprendes diciendo: "no crezcas nunca".
Y peor (o mejor)... Cuando crecen, se te olvida todo y dices "¿Y si tenemos otro?" Y así nos juntamos en casa con tres.
domingo, 26 de julio de 2015
El misterio de los abrazos.
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Verdades que enseñarle a los niños.
El respeto y la comunicación son piezas claves en el desarrollo de los niños. Aproveche el mayor tiempo posible para compartir con sus hijos. La figura de un padre y una madres son parte esencial en el desarrollo de un hijo-as, y una buena comunicación entre ellos, basada en el respeto y la confianza, ayudará a construir y fortalecer la relación.
En nuestra vida diaria con nuestros hijos e hijas podemos marcar la diferencia por ejemplo con estas verdades.
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Beneficios de tener una mascota en casa.
Las mascotas están consideradas como una medicina alternativa. El tener mascota ayuda a la salud y prolongan la vida. Numerosos estudios han demostrado, por ejemplo, que cuando los acariciamos a un animal disminuye la tensión arterial y nos relaja. Y es ideal frente al estrés y una fuente maravillosa de amor y compañía.
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Cosas que fortalecen la relacion entre madres , padres e hijos/as.
El respeto y la comunicación son piezas claves en el desarrollo de los niños. Aproveche el mayor tiempo posible para compartir con sus hijos. La figura de un padre y una madres son parte esencial en el desarrollo de un hijo-as, y una buena comunicación entre ellos, basada en el respeto y la confianza, ayudará a construir y fortalecer la relación.
Con el fin de estrechar y mejorar las relaciones con sus hijos, usted también puede seguir los siguientes consejos:
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Cosas en las que somos el espejo de nuestros hijos.
Los padres somos el espejo en el que se miran nuestros hijos y ellos nos devuelven nuestro reflejo nos guste o avergüence lo que veamos.
Queramos o no, seamos conscientes o no… tenemos un impacto indudable en nuestros hijos, es imposible no tenerlo. ¿Vale la pena tomar consciencia y decidir responsablemente qué impacto quiero tener con mis hijos? ¿Nuestros hijos se merecen que nos preparemos para dar lo mejor de nosotros mismos como padres y madres? ¿Queremos aprovechar la oportunidad de ser padre o madre para crecer como personas?
Queramos o no, seamos conscientes o no… tenemos un impacto indudable en nuestros hijos, es imposible no tenerlo. ¿Vale la pena tomar consciencia y decidir responsablemente qué impacto quiero tener con mis hijos? ¿Nuestros hijos se merecen que nos preparemos para dar lo mejor de nosotros mismos como padres y madres? ¿Queremos aprovechar la oportunidad de ser padre o madre para crecer como personas?
En un ambiente familiar de reproche continuo, aprendemos sin saberlo a condenarlo todo. Si de niños, día tras día, se nos hace continua represión por los fallos que necesariamente cometemos aparecen llagas permanentes que hacen que cualquier roce nos incite, nos duela y dificulte discernir entre lo bueno y lo malo, lo grande y lo pequeño llevándonos a la generalización de condenarlo todo.
El virus se nos mete en una temprana edad en la que todavía no tenemos la capacidad racional para calibrar los juicios oportunos, desproporcionados e infundados de nuestros padres. Al crecer y hacernos adultos, el inconsciente “nos puede” y “devolvemos” lo recibido en forma de crítica improductiva y destructiva. Esta condena generalizada cierra el diálogo e impide que aprendamos de los errores necesarios para llegar a conocer y dominar las cosas.
En un ambiente familiar de continua hostilidad, gritos y amenazas, aprendemos sin saberlo a hostigar todo y a todos. La agresión psicológica constante es tierra de cultivo para el resentimiento, el odio, la rebeldía y el temor, por ser una fuente constante de desequilibrio psíquico.
En tal contexto aprendemos que el temor que podamos provocar a los otros es la vía para alcanzar nuestros propósitos y si llegamos a ostentar un puesto de poder puede convertirse incluso en cinismo.
Pasamos de fieras acorraladas a fieras que acorralan, revanchismo puro y duro, lejos del diálogo constructivo y del sentido comunitario.
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